Conforme el tiempo pasaba y se hacía, por momentos, más duro estar fuera de casa, también sucedía que se hacía más duro permanecer en ella, cuando volvía. No por lo que hubiese dentro, no por la familia, si no por todo lo que rodeaba esa cura del alma, ese bálsamo en tiempos enfermizos, esas cuatro paredes.
No hay ningún lugar en el que puedas esconder el corazón y ponerlo a salvo de algunos agentes externos, esos que desgarran las entrañas y te vuelven una marioneta. Cuando algo así ocurría, yo recurría a los abrazos intensos, a las pataletas encima de la cama, a la serenidad que tenía que mantener cuando conducía. Cada uno tiene sus métodos, ¿no?
Puede que a cada paso que diera, me asquearan -sí, del verbo "asquear"- más cosas, esas que en los lugares grandes no ocurren, porque nadie está tan pendiente de tu vida, a nadie le importa lo que hagas o dejes de hacer: si hoy vas a correr o te quedas en casa, si hoy has decidido ir de fiesta o tomar algo con aquella otra persona, si hoy decides ir o quedarte.
Entonces era cuando volvía a mi vida, veía sus vueltas al pasado en una cuesta que nunca dejaría de significar para él algo importante,esos giros de cabeza hacia las ventanas de no sé que piso que siempre me inquietaba- tengo que decir que sin motivo-, y me hundía. Con el tiempo comprendí que cada persona necesita determinadas cosas en la vida y que todos aprendemos a tolerar del mismo modo que esperamos que nos toleren.
La cosa en realidad tenía que ver con que cada cierto tiempo me sentía menos mía y más de todo el mundo, menos propensa a la soledad pero más propensa a sus devastadores efectos cuando parecía y es que estaba aprendiendo a no estar sola y eso daba miedo.
Entonces era cuando volvía a mi vida, veía sus vueltas al pasado en una cuesta que nunca dejaría de significar para él algo importante,esos giros de cabeza hacia las ventanas de no sé que piso que siempre me inquietaba- tengo que decir que sin motivo-, y me hundía. Con el tiempo comprendí que cada persona necesita determinadas cosas en la vida y que todos aprendemos a tolerar del mismo modo que esperamos que nos toleren.
La cosa en realidad tenía que ver con que cada cierto tiempo me sentía menos mía y más de todo el mundo, menos propensa a la soledad pero más propensa a sus devastadores efectos cuando parecía y es que estaba aprendiendo a no estar sola y eso daba miedo.