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en realidad, sólo somos gotas contra el suelo.

Lovely Luna.

1.9.12

Hoy más que nunca.

Había empuñado durante demasiado tiempo la lanza de la indiferencia, sobre todos en esos momentos y comentarios que estaban fuera de lugar, tanto suyos como de los demás.
Conforme el tiempo pasaba y se hacía, por momentos, más duro estar fuera de casa, también sucedía que se hacía más duro permanecer en ella, cuando volvía. No por lo que hubiese dentro, no por la familia, si no por todo lo que rodeaba esa cura del alma, ese bálsamo en tiempos enfermizos, esas cuatro paredes.
No hay ningún lugar en el que puedas esconder el corazón y ponerlo a salvo de algunos agentes externos, esos que desgarran las entrañas y te vuelven una marioneta. Cuando algo así ocurría, yo recurría a los abrazos intensos, a las pataletas encima de la cama, a la serenidad que tenía que mantener cuando conducía. Cada uno tiene sus métodos, ¿no?
Puede que a cada paso que diera, me asquearan -sí, del verbo "asquear"- más cosas, esas que en los lugares grandes no ocurren, porque nadie está tan pendiente de tu vida, a nadie le importa lo que hagas o dejes de hacer: si hoy vas a correr o te quedas en casa, si hoy has decidido ir de fiesta o tomar algo con aquella otra persona, si hoy decides ir o quedarte.
Entonces era cuando volvía a mi vida, veía sus vueltas al pasado en una cuesta que nunca dejaría de significar para él algo importante,esos giros de cabeza hacia las ventanas de no sé que piso que siempre me inquietaba- tengo que decir que sin motivo-, y me hundía. Con el tiempo comprendí que cada persona necesita determinadas cosas en la vida  y que todos aprendemos a tolerar del mismo modo que esperamos que nos toleren.
La cosa en realidad tenía que ver con que cada cierto tiempo me sentía menos mía y más de todo el mundo, menos propensa a la soledad pero más propensa a sus devastadores efectos cuando parecía y es que estaba aprendiendo a no estar sola y eso daba miedo.

I gave me away

Déjame ver por última vez el mar y el balanceo de las olas que llegan a mi para morir. No quisiera molestar más con mi presencia al silencio y a la belleza que permiten serenar mi respiración . No, yo no quisiera hacer tal cosa. Por eso, déjame recorrer los acantilados en dónde el vértigo no existe porque se convierte en el placentero desmayo que te aleja por un momento de la vida real, del miedo de caer y te permite caminar por donde tu mente, totalmente cuerda, no te dejaría. A mi no me dejaría pensar que el secreto de la felicidad se encontrase tan lejos de un lugar hermoso en secretos, de luces y sombras y vientos cambiantes, húmedos y tan raudos como las palpitaciones del corazón. Y es que el corazón no permite a esos pequeños momentos o silencios ni a esas diminutas frases y grandes palabras que dañan su tejido que se alejen, los necesita extrañamente, aunque no lo hace siempre. Por eso, déjame ver por primera vez el mar y el suave balanceo de las olas, desde donde nacen, para poder arrastrarme con ellas hacia la orilla y recuperarme de una muerte asegurada.